Gustaban de entretenerse con juegos de azar, actividad que realizaban con cierta frecuencia y esta era una oportunidad más, en un día cualquiera. Pero Pita les tenía una sorpresa. Trajo consigo un paquete y, mientras quitaba la envoltura, comentó que se le había ocurrido comprarla porque era algo diferente a lo que habitualmente jugaban.

—No requiere baraja ni dados —explicó.

Cuando finalmente la caja quedó al descubierto, Jorge exclamó riendo:

—¿A poco crees en eso? ¡No, por favor!

Ese día eran cinco personas: Rogelio y Eugenia, casi recién casados, Mary, acompañada de su novio Jorge, y Pita. Las tres mujeres eran hermanas.

Mary observó la caja y leyó: OUIJA. Ella tenía una vaga idea de lo que se trataba. Entonces se dispuso a sacar el contenido: una tabla rectangular perfectamente pulida y barnizada que tenía impreso el abecedario en mayúsculas, los números del uno al cero y las palabras SÍ y NO, una a cada lado. Adicionalmente había una pieza de madera con forma de gota, de unos doce o quince centímetros de largo, que mostraba la imagen de una mano de perfil, huesuda y arrugada, con el dedo índice apuntando a manera de señalador. A Mary le pareció que era como la mano de la bruja de Blancanieves.

La conversación giró entonces en torno a experiencias de índole sobrenatural que conocían, mientras que Jorge, entre escéptico y burlón, leía las instrucciones. Acomodaron la tabla en una pequeña mesa y, sentadas una frente a la otra, Pita y Mary colocaron los tres dedos medios de cada mano sobre la pieza que señalaba, apenas rozándola. Los demás se acomodaron alrededor y empezaron a preguntar.

La tablita se deslizaba lenta pero de manera continua del SÍ al NO y letra a letra formaba algunas palabras. En un momento dado, Rogelio preguntó:

—¿Quién era el consentido de mi mamá?

Las letras que señaló la pieza con la mano huesuda fueron N-A-L-O.

Entonces Rogelio, de manera solemne, dijo:

—Nalo. Así le decía mi mamá a mi hermano Leonardo.

Eugenia lo miró sorprendida. Eso era algo que incluso ella desconocía y, por supuesto, sus hermanas también.

Jorge se mostró atento pero incrédulo. Entonces exclamó:

—A ver. ¿De dónde recibí hoy una carta?

Aquellos eran los tiempos en que el único correo existente era el de la oficina postal y la correspondencia la entregaba el cartero puerta por puerta. La mano se dirigió a las letras S-E-U.

—¿Seu? —preguntó Mary.

Jorge se puso muy serio y solo dijo:

—Me llegó una carta de CU, de Ciudad Universitaria.

A continuación el mismo Jorge, más interesado, preguntó:

—¿Cómo se llamaba mi abuelo?

La mano se dirigió sucesivamente a las letras Z-O-N-D-E-I.

—¿Zondei? —preguntaron todos a una voz.

Esta vez Jorge, visiblemente sorprendido y hasta con cierta palidez, únicamente atinó a decir:

—Mi abuelo se llamaba Domingo. Sunday, en inglés.

Como impulsadas por un resorte y sin previo acuerdo, Pita y Mary se levantaron mientras esta última afirmaba enfáticamente:

—¡Yo ya no juego!

María Luisa Moreno Suárez

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