Mi mamá y yo planeamos el viaje en tren a Veracruz. Nos acompañarían mi Yeya,mi prima Carmen, mi hermana Liliana y mi bebé. Recuerdo que en la estación Buenavista había un mundo de gente y una enorme fila para comprar los boletos. Tuvimos que esperar mucho tiempo para abordar el tren, pero al final dieron el anuncio y salimos de la ciudad a las 20:00 horas, con el propósito de viajar toda la noche y llegar allá a las 8:00 am. Por fortuna, fue un viaje muy cómodo, ya que los sillones eran dobles y pudimos dormir muy bien.
Llegamos a desayunar a La Parroquia un delicioso café lechero y unos ricos frijoles refritos. Bueno, ¡qué decir! No hay mejor café que el de Veracruz. De ahí nos dirigimos al hotel Villa del Mar, que se encontraba frente a la playa del mismo nombre. Solo teníamos que cruzar el boulevard para llegar al mar.
Esa era una playa tranquila y muy limpia. Mi bebé y mi hermana jugaban en la arena mientras mi mamá y mi Yeya se sentaron a contemplar el mar. Lo único que les gustaba era mojarse los pies. Mi prima Carmen y yo sí nos animamos a meternos al agua.
Por la tarde visitamos el centro, donde la gente bailaba danzón, y fuimos a Mandinga a comer pescado y mariscos.
Pero lo bueno apenas estaba por empezar. Después de tres días regresamos a México, también a las 20:00 horas. Como era costumbre, mi mamá preparó tortas y llevó café con leche y té por si nos daba hambre en el camino. Abordamos puntualmente y durante el viaje nos quedamos dormidos.
De pronto, no sé cuánto tiempo había pasado, pero el tren se detuvo. Esperamos mucho tiempo sin saber por qué, hasta que apareció un operador y nos explicó que la vía estaba averiada y que tendríamos que esperar en ese lugar hasta que llegara el tren que venía de México, para cambiarnos de un tren al otro a pie, pues no era posible circular sobre esas vías ya que había peligro de que se descarrilara.
A esa hora de la noche hacía mucho frío, pero por fortuna estábamos bien abrigadas. En cuanto empezó a salir el sol, la temperatura comenzó a subir también. Afortunadamente llevábamos nuestro desayuno, aunque aprovechamos para probar lo que la gente del lugar llevó al tren para vender: champurrado, tamales, enchiladas de mole, de salsa verde, té de hojas de limón, dulce de camote, arroz con leche, obleas de caramelo, tamalitos de anís y muchas cosas más.
Finalmente, el tren que venía de México llegó a las 12:00 pm. El sol estaba ya demasiado fuerte cuando empezamos a hacer el cambio a pie. Entonces me acordé de las películas de las soldaderas, pues la gente corrió hacia el tren recién llegado como si este fuera a dejarnos. Eso nos causó muchas risas.
Bajar del tren fue muy complicado para mi mamá y mi Yeya. Por fortuna, hubo señores que se ofrecieron a ayudarnos y que entrelazaron sus manos para que ellas pudieran apoyar sus pies. Tomar el tren en la estación es tan común que no se tiene conciencia de la comodidad. Pero en la situación en la que nos encontrábamos fue mucho más difícil. Además, teníamos que caminar una distancia muy larga de subida. Logramos llevar a mi mamá y a mi Yeya jalándolas de los brazos. Mi prima y yo nos acostamos de panza y después hincadas ya nos incorporamos y pudimos ponernos de pie.
Recuerdo a una señora bastante gorda que no podía subir por el camino. Al parecer viajaba sola y pedía ayuda, y aunque algunos señores se ofrecieron, no pudieron con ella, pues pesaba demasiado. Además, ellos ya estaban cansados y ella desesperada. Uno la jalaba por delante y otro la empujaba por atrás, y ella le gritaba: ¡Empújeme, empújeme!, y el señor le contestó: ¿Pero de dónde? Y ella respondió : ¡De donde pueda! Y el señor le dijo: ¡No sé de dónde! Y ella le dijo: ¡Pues de las nalgas! Y el señor, en su desesperación, la empujó por ahí y al fin lograron subirla.
Ya arriba el señor no quería voltear a ver a la señora y ella decía que estaba muy lastimada, que todo le dolía, pero el asunto resultó muy bien porque de repente empezamos a reírnos y terminamos en carcajadas, de pena, de nervios o por el estrés. Al final se dio una situación muy fraternal.
Llegar a la terminal en México, salir del tren y pisar el pasillo a la misma altura fue algo muy grato. Ese fue un viaje muy placentero, con todas sus desavenencias, pero pude disfrutar mucho a mi familia, a quienes hoy en día casi no veo. Solo fue un fin de semana, pero fue un viaje muy bonito que recuerdo con nostalgia y cariño.
Sonia Norma Angeles Luna